Inquisición: Los medios de tortura
La doncella de hierro.
Esta especie de ataúd vertical alojaba un montón de clavos de hierro puntiagudos en su tapa, que se clavaban en diferentes partes del cuerpo del condenado al cerrarlo, incrementando su angustia y martirio.
El aplastacabezas.
El condenado apoyaba la barbilla en la base y la cabeza quedaba encajada en el casquete. Empleado para lograr confesiones, los verdugos hacían girar el tornillo causando en primer lugar la rotura de dientes y mandíbula. Si el torturador seguía apretando, el tornillo podía llegar a destrozar el cráneo de la víctima, expulsando su cerebro por la cavidad ocular.
El potro de tortura.
Se colocaba al condenado sobre la tabla boca arriba, atado de pies y manos; después, se estiraban sus extremidades mediante una polea hasta dislocarlas.
La sierra.
Normalmente estaba reservada a mujeres que hubiesen sido "preñadas" por Satanás. Para lograr acabar con el supuesto niño demoníaco que llevaban en su interior, colgaban a la hechicera boca abajo con el ano abierto y, mediante una sierra, la cortaban hasta que llegaban al vientre. Debido a la posición invertida en que se colgaba a la víctima, el cerebro aseguraba amplia oxigenación y se impedía la pérdida general de sangre. La víctima, por ello, no perdía la consciencia hasta llegar al pecho.
La horquilla del hereje.
Con los herejes se utilizó esta especie de tridente con cuatro puntas afiladas que se clavaban bajo la barbilla y en el esternón. Este sistema no permitía moverse, por lo que era casi imposible pronunciar una sola palabra.
Esta especie de ataúd vertical alojaba un montón de clavos de hierro puntiagudos en su tapa, que se clavaban en diferentes partes del cuerpo del condenado al cerrarlo, incrementando su angustia y martirio.
El aplastacabezas.
El condenado apoyaba la barbilla en la base y la cabeza quedaba encajada en el casquete. Empleado para lograr confesiones, los verdugos hacían girar el tornillo causando en primer lugar la rotura de dientes y mandíbula. Si el torturador seguía apretando, el tornillo podía llegar a destrozar el cráneo de la víctima, expulsando su cerebro por la cavidad ocular.
El potro de tortura.
Se colocaba al condenado sobre la tabla boca arriba, atado de pies y manos; después, se estiraban sus extremidades mediante una polea hasta dislocarlas.
La sierra.
Normalmente estaba reservada a mujeres que hubiesen sido "preñadas" por Satanás. Para lograr acabar con el supuesto niño demoníaco que llevaban en su interior, colgaban a la hechicera boca abajo con el ano abierto y, mediante una sierra, la cortaban hasta que llegaban al vientre. Debido a la posición invertida en que se colgaba a la víctima, el cerebro aseguraba amplia oxigenación y se impedía la pérdida general de sangre. La víctima, por ello, no perdía la consciencia hasta llegar al pecho.
La horquilla del hereje.
Con los herejes se utilizó esta especie de tridente con cuatro puntas afiladas que se clavaban bajo la barbilla y en el esternón. Este sistema no permitía moverse, por lo que era casi imposible pronunciar una sola palabra.
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